Por Juan Martínez Fotos: Juan Foglia
Una recomendación en el hogar materno fue el puntapié inicial para la exploración de nuevos mundos. Marina Bellati tenía quince años y una inquietud artística que saciaba parcialmente en el canto. Pero faltaba algo más. Fue el consejo de Inés Estévez (amiga de la madre de Marina, la diseñadora Clara Ibarguren) lo que dio el empujoncito que faltaba: “Marina tiene que ir a lo de Nora Moseinco”, sugirió. Y la rueda comenzó a girar. “Tenía ganas de probar, me daba curiosidad. Al canto quería sumarle alguna otra cosa. Siempre tuve mucho mundo lúdico”, cuenta a Convivimos.
«no me gusta que la risa sea el termómetro de los trabajos»
Desde este mes protagoniza la comedia ParaAnormales, en el Multiteatro de Buenos Aires, y viene de interpretar a la amiga de Laurita Fernández en la miniserie Inconvivencia (Telefe y Flow).
¿Con qué te encontraste al comenzar a estudiar?
En la primera clase que fui, éramos seis, creo. Hoy Nora tiene una escuela que es enorme y superimportante en la formación de muchas generaciones. En su momento, era muy chiquita. Me encontré con una aceptación inmediata y una disponibilidad para el juego que me fascinó. Había un par de personas de mi edad y gente más adulta también, de mundos muy diferentes. Me atraía mucho que no fueran ni mis compañeros del colegio ni mis amigos de otros lados, quería conocer otra gente con otras historias. Es una manera de salir de lo dado, porque a esa edad te vinculás un poco con las personas que decidieron tus padres por vos.
Una vez dijiste “Yo aprendo cosas poniéndome en otros zapatos”.
Absolutamente. Ahora que en el elenco estamos “superempapados” con este tema, me encuentro más atenta. Es impresionante. Eso es lo que tienen también las ficciones y ponerse en otros zapatos, te afecta. Estoy metida en esa historia, que es ajena, que es ficción, que es mi trabajo, pero que me repercute a mí como persona. El otro día viajé en el colectivo con un chico con síndrome de Tourette, y veía cómo toda la gente lo miraba. Yo estaba sentada al lado y forcé naturalidad para que se sintiera cómodo. Ya estoy totalmente afectada por el trabajo, y es inevitable. Por lo menos para mí.
Más allá del tema de cada proyecto, ¿los personajes ayudan a resolver cosas en la vida cotidiana?
Sin dudas, absolutamente. Después, como todo con los seres humanos, dura un tiempo. Uno cuando va creciendo y evolucionando, anhela que sea permanente, para bien. Siento que ahora podría resolverlo mejor porque vi lo que sucede, lo que sufre el otro. Inevitablemente, con los trabajos, uno está muy vinculado a la persona y tengo que imaginarme qué es lo que haría. No porque tenga que pasarme, no soy una actriz metódica, pero el solo hecho de imaginármelo me hace poner en ese lugar por un rato. Atravesás esa situación, en definitiva.
Lo más popular de su carrera sucedió, sobre todo, en la pantalla chica y a través de la comedia, donde dio vida a personajes hilarantes en muchísimas tiras (Los únicos, Solamente vos, Loco por vos y 100 días para enamorarse, entre otros). En muchos de sus personajes rápidamente resalta un modo de hablar particular, una entonación, un timbre que los hacen inconfundibles y que definen en parte su personalidad. No es casual: oyente de radio desde chica y aconsejada por un amigo, al momento de buscar un plan B por si la actuación en algún momento no alcanzaba, Marina decidió estudiar locución. “Lo hice para no sentir angustia, porque este trabajo es muy inestable: a veces tenés un montón, a veces no tenés nada. Tardé como tres o cuatro años en ir a buscar el carné al ISER y jamás se lo presenté a nadie todavía. Por ahora nunca tuve que echar mano del plan B. Me dio tranquilidad en ese momento tenerlo como opción”, confiesa.
¿La voz suele ser tu recurso inicial para encarar un personaje?
Sí, me gusta pensar cómo hablan. A veces se puede hacer algo más marcado, más creativo. Y otras veces no, y es algo más interno. Me interesa mucho.
Si bien hiciste muchos géneros, ¿te sentís comediante? ¿Es un terreno donde estás cómoda?
No sé qué decirte. Entiendo que el humor es una herramienta que tengo a mano si querés. Para la vida también. Pero no sé, en realidad me gusta contar historias, en general. También hay algo del humor que está ligado a la inteligencia: es una manera, muchas veces, de sortear inteligentemente alguna cosa o de decir algo. Es un recurso que se puede usar para un montón de cosas, es una herramienta más.
Puede ser para acercarte a alguien, para eludir momentos o para presentar un tema incómodo como el de la obra…
Totalmente. Incluso, a mí me interesa más que el humor surja de una situación. A lo mejor no es un chiste lo que te estoy contando, sin embargo, tiene una estructura de chiste y un remate. Me interesa cuando surge por otros lados también. Y a veces, incluso, no surge, porque estos días estuvimos haciendo pasadas y hay momentos que a la gente le generan incomodidad y risa, y a otro público por ahí no. No sé. Por eso no me gusta que la risa sea el termómetro de los trabajos.
No es la medida de lo bien que estuvo, digamos…
Claro. No me gusta que eso me defina ni que el público me dirija en ese sentido: que si se ríe, entonces tengo que ir por ese lado; y si no, debo seguir forzando. Entiendo que hay públicos que se pueden reír y otros que no, y eso no me quita el sueño.