Por Agustín Gallardo
Su nombre es sinónimo de periodismo de espectáculo. Después de 25 años en TV, sigue vigente con una profesión que, dice, es su pasión. En esta charla habla de su relación con los famosos y del MeToo argentino. Señala que se siente orgullosa de vivir este momento histórico.
“Me gusta hacer entrevistas y que los famosos hablen sin el casete. Que se sientan cómodos”
Como lo supo hacer durante años en televisión y en el último tiempo a través de la radio; desde el propio sitio web que lleva su nombre o, simplemente, cuando alguien la reconoce por la calle para preguntarle qué serie ver, Catalina Dlugi tiene siempre una recomendación para hacer. “Me paran para preguntarme y yo les cuento lo que no se tienen que perder”, dice una de las mayores referentes del periodismo de espectáculos en nuestro país. Para ella, ver más de una película o serie todos los días, es parte de una rutina, casi una religión.
El rostro de Catalina Dlugi supo instalarse en las casas de todos los argentinos, al frente de la conducción de varios ciclos. Hoy, ya lejos de El Trece, despunta el vicio televisivo en Tarde pero temprano en Net TV. Desde hace cinco años, su voz está presente todos los sábados en la AM, con Agarrate Catalina, por La Once Diez. Después de un largo camino, tal vez la radio sea hoy ese lugar donde ella da continuidad a esa expertisse con la pausa y el análisis que propone el dial. “Es un programa de entrevistas. La idea es tener una charla, que el entrevistado pueda abrirse, contar sus cosas distendidamente”, empieza comentando a Convivimos. Tener a la figura del momento y que se sienta relajada. Este parece ser su norte y ella lo grafica así: “Me gusta hacer entrevistas y que los famosos hablen sin el casete. Que se sientan cómodos”.
En tiempos de redes, donde el famoso vuelca contenido cuando quiere, ¿se puede seguir haciendo este tipo de entrevistas?
Sí, claro. La red social es lo que vos querés. Vos te sacás siempre la mejor carita, tu mejor versión. Ahora tenés posibilidades de efectos especiales. Te sacás 20 fotos y ponés la mejor. Se supone que un periodista va un poco más allá. Creo que es importante crear un clima. Por ejemplo, el caso de Calu Rivero, fue en mi programa y habló por primera vez del abuso de Darthés. Cuando nos encontramos después en un estreno suyo, ella me abrazó y me dijo: “Yo no pensaba hablar ese día. Pero lo hice”.
¿Cómo llega uno, como periodista, a conseguir de forma bien intencionada ese tipo de declaración?
La charla lo fue llevando, ella se había ido de la novela y nunca se supo qué había pasado. Justo había ocurrido lo del MeToo. Calu venía de Estados Unidos y ante una pregunta en la que le dije que su nombre había estado relacionado con un tema de abuso, me dijo: “No, no estuvo relacionado. A mí no me lo tienen que contar, a mí me pasó”. Y se largó. Muchas veces hubo ese tipo de cosas.
¿Y qué lectura hacés vos del MeToo argentino, que afloró tal vez luego de las denuncias de Calu Rivero y que siguió con la de Thelma Fardin?
Es un tiempo histórico. Lo que pasa con las mujeres en el cine argentino de hecho lo contamos en un libro que escribí con Rolando Gallego. Se llama Mujeres, cámara, acción y trata sobre las mujeres en el cine argentino. Ahí tocamos el tema de lo que pasó con las denuncias de distintas organizaciones. Hablamos también de las pioneras, de las directoras mujeres. Hay muchísimas. Pensá que de una cantidad de alumnos que se inscriben en las escuelas de cine, más de la mitad son mujeres. Después terminan siendo asistentes de sus compañeros hombres. Eso pasa hoy.
En estos 25 años hiciste muchas notas. ¿Podés hacer un podio de tus tres mejores entrevistados?
Hice de todo. Te digo los que a mí me gustaron: Martin Scorsese, Brad Pitt, Kevin Costner, Arnold Schwarzenegger… Era una época en la que al canal le interesaba y las distribuidoras te invitaban. En una época te llevaban una semana a Cancún y tenías mañana, tarde y noche las notas con todos los talentos. Hacías seis, siete notas por día. Lo tenías a Leo Di Caprio con su nueva novia ahí, a tu lado. Te traías entrevistas para meses.
¿Qué rol ocupa la primicia en tu carrera?
La primicia, si es real, está bárbara. Lo que noto es que hay muchos sitios que hablan de duros reveses o polémicas, pero que luego, cuando entrás a la nota, te das cuenta de que es otra cosa. Yo entiendo que tenés que generar títulos y que la gente entre. Debe ser muy estresante. Pero lo que a mí me interesa es tener buena data. En Canal 13 era muy conocida porque venía uno y me decía murió tal, vamos a darlo. Yo decía, esperá, yo soy la que confirma. Hice siempre eso.
En los últimos diez o quince años, ¿en qué cambió el periodismo de espectáculos?
Cambió mucho. La gente actúa de otras formas. En la época que yo empecé a cubrir Mar del Plata, vos podías ver a una “megaestrella” recontra borracho, que no daba con la puerta del ascensor, pobre, y ningún fotógrafo levantaba la cámara.
Tal vez otros códigos…
Sí, no sé. A nadie se lo ocurría hacerlo. Eran otras épocas. Una de las cosas que hoy se exagera es lo mediático, pero también es divertido. Los personajes que te entretienen son los mediáticos. Hay figuras que dicen cosas e inmediatamente repercuten porque llaman la atención.
¿Pensás que ese modo de actuar es lo que te da credibilidad hoy?
No se trata de destrozar a la gente, no es lo que me gusta a mí. Sí, totalmente. Eso me ha dado cierta credibilidad en la gente. Y es una de las cosas de las que me siento orgullosa.
¿Y el chimento? ¿está mejor visto hoy?
Las fronteras se van corriendo. Antes el galán no podía hacer teatro serio. Ahora no es así, lo ves con Furriel por citarte solo un ejemplo. Con el chimento pasa lo mismo, hay menos prejuicio. Tal vez hay prejuicio con respecto a la diferencia entre lo cool y lo popular. Hubo un tratamiento diferente de la noticia cuando fue el accidente de auto del Pepo, que cuando fue lo de Chano. De todas formas, creo que este es un tiempo espectacular, se están poniendo las cosas en claro, por ejemplo, con el tema de los abusos.
¿Y la frivolidad, Catalina?
La frivolidad un poco está bien, me divierte. Yo creo que, durante el día, con tanta noticia dura y tremenda, uno necesita algo con qué distraerse. Un recreo. Yo no puedo estar todo el tiempo pendiente del dólar.