Para informarse, para espiar vidas ajenas, para sumergirse en otras realidades o simplemente para sentir compañía, la tele suele estar muy presente en la vida de las personas. Aunque hoy otras pantallas que reclaman atención, todavía conserva ese lugar encumbrado que la vuelve, más que un electrodoméstico, casi otro integrante de la familia.
Ese magnetismo ejerció desde siempre un poder enorme sobre Majo Martino, que sintió muy temprano la necesidad de ser parte de ese medio, de integrarse a este mundo que llama “La fábrica de fantasías”.
«Me costó un montón aceptarme a mí misma. Quererme, gustarme»
El primer acercamiento fueron las revistas: deseaba reconocer todos los rostros que veía, los recortaba y los pegaba en un álbum inventado para la ocasión, donde anotaba el nombre de cada celebridad, para apropiárselos a todos. Luego, llegaron las visitas a los canales, primero acompañada por su mamá, y luego, cuando tuvo edad suficiente para tomarse un colectivo, por una amiga.
Salía del colegio y me tomaba el 126 en Flores para ir a Telefé y a Canal 13. El mismo colectivo me dejaba en los dos canales. Me pasaba todo el día ahí. No iba recomendada por nadie, me colaba. No quería que me vieran, buscaba pasar desapercibida para que no me echaran del canal.
¿De dónde salió esa fascinación por la tele?
No sé. Mi mamá es obstetra, mi papá, odontólogo, y en mi familia nadie era de la televisión. Desde chiquita siempre tuve la inquietud de ir a los programas.
Y comenzaste a estudiar teatro a los nueve años…
Sí, pero no por querer ser actriz, sino porque era muy tímida. Mi mamá me dijo que me convendría ir a teatro para desinhibirme un poco. Fui a la Asociación Argentina de Actores, y me encantaba. Era un lugar donde sentía que me liberaba, donde tenía permiso para ser quien era. Se respiraba esa cosa de la actuación y de la tele, y me empezó a picar el bicho. De alguna manera quería estar en ese mundo.
En el colegio no la pasabas bien, ¿no?
No, porque era muy retraída. Siempre fui chiquitita de estatura, era hiperdelgadita y me sentía como el último orejón del tarro. Me sentía así y sentía que me trataban así: no me invitaban a los asaltos ni a las fiestitas que armaban. Fue feo, la pasé mal. En la primaria la pasé mal.
Coincide con la época en la que estabas metidísima en la tele…
Era como que me refugiaba en la televisión. La tele sigue siendo un refugio. Es como que siento y pienso que nada malo puede pasar cuando estoy en un programa en vivo. Estás en la situación, en acción, y percibís que nada malo puede pasar. Estás protegida. Yo decía, cuando estaba en Ideas del sur todo el día, que era la fábrica de fantasías. Vendíamos ilusiones.
Este año, Majo cortó con catorce temporadas consecutivas trabajando en las productoras de Marcelo Tinelli (Ideas del sur primero, La familia en este último tiempo). Comenzó en 2005, a los dieciocho años.
Siempre quise estar delante de cámara, pero sabía que era difícil, y yo no tenía contactos de nada para entrar, nadie que me facilitara ese tema. Entonces, dije “Bueno, voy a entrar en la producción y de a poco me voy metiendo…”. Hice de todo. Arranqué por tres meses, en realidad, y me quería quedar, así que di todo. Conseguía todo lo que nos pedían para las cámaras ocultas, para los videoclips, para cosas del vivo. Para todo. Podían pedir el catering, un espejo para un camarín, flores, la comida para la tribuna… Incluso la tribuna misma, que armábamos con chicos de las escuelas. Nos encargábamos hasta de los micros que traían a esos chicos. Llegué a conseguir un cocodrilo para Tu Sam y un avión para una parodia. Cosas relocas me pedían, y yo no paraba hasta conseguirlas, aunque tuviera que quedarme sin dormir. También le escribía los carteles con los “chivos” a Marcelo.
El paso adelante de cámara se fue demorando, no fue inmediato…
Yo sabía lo que quería, aunque no se lo decía a nadie. Tenía toda la energía puesta en ser productora en ese momento. Una vez se hizo un casting adentro para hacer un programa de llamados, tipo Call TV. Fue dos años después de que entré, y me eligieron, pero eso quedó ahí. Yo tenía ganas de otra cosa pero, a la vez, estaba adentro de la tele. Le puse mucha energía, porque es desgastante ser productor de Showmatch. Y lo era más, todavía, porque ahora el Bailando es cansador, pero está todo más mecanizado, automatizado. Antes podía pasar cualquier cosa y te pedían todo para ya. Y lo conseguíamos.
¿Eso implicaba que el trabajo estuviera por encima de todo?
Sí, muchos años fue así. Hasta hace poco. Se llevaba toda mi energía, porque arrancábamos muy temprano y terminábamos a las seis de la mañana. No volvía a mi casa en el medio, no había momentos. Siempre tenía que hacer algo. Entraba a las once de la mañana y salía a las seis de la mañana, dos días a la semana. El resto de los días, también trabajaba.
Así y todo, siempre te gustó…
Porque me apasiona. Pero me agotó la producción. Digo que quemé un montón de cartuchos siendo productora. No era exactamente lo que quería. En el momento yo lo recontradisfrutaba, porque estaba trabajando en televisión y me sentía cómoda estando dentro de un estudio, en camarines…
En 2012, con el Soñando por cantar, la producción viajaba por las provincias buscando artistas. Los ganadores de cada noche, además de avanzar de fase, eran entrevistados al día siguiente en Este es el show, otro de los programas de la productora. En La Banda, Santiago del Estero, estaba Majo, que fue como reemplazo de otro productor. Allí, apareció la oportunidad que no desaprovecharía.
Los chicos que estaban ahí, los cantantes, no hablaban mucho, eran calladitos, y el Chato Prada me dijo “Hacé vos el móvil”. Te lo cuento y me da sensación linda en el cuerpo, porque fue algo inesperado. Me dio el micrófono, y yo estaba sorprendida. Estábamos en el corte y, a la vuelta, tenía que hablar yo.
¿Te dio miedo o sentiste que era la chance que estabas esperando?
Ninguna de las dos. Tuve nervios, pero obviamente no iba a decir que no a algo que me gustaba. Me sirvió mucho estudiar teatro cuando era chiquita: cuando tengo miedo o nervios, me pongo al menos en una postura que me permite hacer de cuenta que no, aunque por dentro me esté muriendo. Estaba muy nerviosa, pero no se notaba.
Esa nena que quería pasar desapercibida pasó a estar frente a cámara y expuesta.
Exacto. Fui trabajando todo eso que me costaba y terminé siendo lo contrario. Pero mirá dónde me expongo: en el lugar donde me siento protegida. Por ahí, andá a saber si de chiquita no me quedó el trauma de sentirme desprotegida y busqué la televisión como refugio. Ahí soy más yo.
¿Qué relación tenés con tu imagen?
Me costó un montón aceptarme a mí misma. Quererme, gustarme. Se fue dando todo de a poco. Cuando era chiquita, no me quería, me sentía lo menos. Después, de más grande, en el secundario empecé a verme más mujer, más linda. Ahora me siento bien conmigo misma. Me quiero. Ahora tengo otra seguridad, gracias a Dios, porque la vida sin seguridad a veces se complica.
Este año, ¿dónde te vamos a ver?
Arranqué el año conduciendo un magazine para Canal 26 desde Mar del Plata; hice un programa especial para Canal 13 de la Fiesta Nacional del Sol, en San Juan; hice algo para Resto del mundo. Ahora estoy trabajando para Travelly, que es una aplicación de guías de viaje. Lo que hago es viajar y mostrar todo, como una conductora, para sus redes. Es increíble. Por eso no quiero engancharme en otro trabajo fijo, así puedo seguir viajando. Este año me tiré en paracaídas. Lo decidí así. Fue una sensación física que tuve, una necesidad de hacerlo. Una necesidad de hacer otra cosa.
¿Te da vértigo?
Tuve vértigo al principio, pero poquito, porque estaba segura. Cuando tenés las ganas de hacer algo distinto y son tan fuertes, sea lo que sea va a estar bien. Lo que sucediera iba a estar bien.