Comenzó de rebote, yendo al taller municipal de Trelew más por seguir a sus amigos que por otra cosa. Armaron un grupo de teatro, salieron de gira por ciudades y pueblos cercanos, en los que compartían el protagonismo con bingos y empanadas, y la vocación se apoderó de ella con el ejercicio. Luego, la llegada a Buenos Aires, el protagónico en la película El caso María Soledad, la continuidad laboral en cine y televisión, y una carrera que, desde hace más de veinticinco años, se construye sobre pilares que, al mismo tiempo, son sólidos y móviles. En un momento de pleno disfrute con la profesión, Valentina Bassi analiza su relación con ella. Juegos, necesidades humanas, encuentros y revoluciones, en esta charla.
«Yo estoy en permanente deconstrucción y aprendizaje, y con mirada crítica en un montón de cosas»
Después de tanto trabajo, ¿sos la actriz que siempre quisiste ser?
Nunca sos la actriz que querés ser. El día que te pase eso, ¿qué viene después? Me parece que la vida es constante movimiento, una va creciendo todo el tiempo, y en esta profesión vas madurando permanentemente. Ahora estoy más tranquila, eso sí. En una época, a los veintipico, tenía mucha necesidad de mostrar que era actriz. Demasiadas necesidades exteriores que hoy ya no me importan: quería actuar en cosas importantes, quería ser muy buena actriz y me esforzaba y sufría mucho por eso. Eso ya no me pasa, es solo disfrute. Me engancho en las obras, que por suerte puedo elegir, y voy a los proyectos donde sé que la voy a pasar bien, con las personas con quienes la voy a pasar bien. No me fijo en “sacrificarme por el bien de mi carrera”, que es una frase que no se usa hace mucho en mi lenguaje. Hago todo por el bien mío, mi bienestar. La carrera se va haciendo al andar.
¿Qué es ser buena o mala actriz?
Es totalmente subjetivo. No es deporte, no se lo puede medir con esa vara de ganadores y perdedores. A mí me gusta mucho ser espectadora, y lo único malo de cuando hago teatro es que no puedo ver teatro. En lo que más me fijo, siempre, es en las actuaciones. Puede haber una producción espectacular, pero si está mal actuada la película o la obra, no me seduce. No puedo perdonar una actuación que no me llegue. Los actores me tienen que transmitir algo, tienen que tener un universo propio. Cuando veo eso, me gusta, aunque pueda ser imperfecto. Muchas veces me copo con actores, directores o autores que son imperfectos, pero que tienen un universo propio que me llega. Para mí, esa es la clave: ser personal, no ser como otro que ya existe. Es encontrar la particularidad.
¿Qué es lo que te gusta de actuar?
Esto, lo lúdico. Y me hace bien tener una antena siempre en algo que no es la realidad. No sé si es evasión. Si lo es, es una evasión creativa y hermosa. A mí me sirve. Es mi profesión, vivo de tener siempre una antena en algo que no sea la realidad. Obviamente, la ficción es un reflejo de la realidad, está todo mezclado. Acá me voy a olvidar de que se cortó la luz en mi casa o de que afuera está lloviendo. Poder lograr eso es hermoso, súper catártico.
Ese escape es compartido con el público, que también deja su realidad en la puerta por un rato…
Sí, y es relindo. Es un encuentro entre nosotros y estamos jugando a algo juntos. Por eso creo que el teatro nunca va a desaparecer. Nació con nosotros mismos, con el ser humano y sus ritos. Se sigue prolongando porque algo pasa en nuestro ser que necesitamos el espacio de ver, de actuar y de ser espectadores. Hay algo en el ritual que se repite en el teatro que me parece que es eterno y forma parte de la esencia del ser humano, de una necesidad. Es catártico también para el que ve. Ves tragedia, comedia, cualquier cosa, y te produce a veces reflexión, pero a veces solo emoción, y con eso ya salís feliz, modificado. Para mí es una necesidad humana.
¿Cómo vivís el movimiento de mujeres, que crece permanentemente?
Me parece alucinante lo que está pasando, es hermoso. Los cambios siempre son lentos, mucho más lentos que la vida de una. Pero son avances, pasos que hay que dar. Estamos en movimiento y eso ya es mucho. Yo siempre soy optimista, creo que no vale la pena ser pesimista. Estar en movimiento te hace tener más optimismo. Si una está quieta, te das cuenta de todo el error. Pero mientras estás en movimiento y te juntás con gente que piensa parecido, eso te hace sentir mejor. Eso genera el optimismo, saber que está habiendo muchos cambios. Estamos en permanente aprendizaje. Todas, porque fuimos criadas dentro del machismo. Yo estoy en permanente deconstrucción y aprendizaje, y con mirada crítica en un montón de cosas. Me encanta tener mirada crítica, cuestionarme todo. Y las generaciones que vienen la tienen mucho más clara que nosotras.