Florencia Otero: “Amo mi trabajo, no podría hacer otra cosa”

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Con veintiocho años, es una referente de la comedia musical argentina. Comenzó cuando era chica y transcurrió toda una vida sobre el escenario, donde conoció a su pareja y padre de su hija. El camino, aunque placentero, no estuvo ajeno al sufrimiento.

“A pesar de tener responsabilidades desde muy chiquita, siempre fue un juego para mí”

Es un día lluvioso. Florencia Otero se asoma al balcón del departamento que acaba de comprar con Germán Tripel, su marido. No es grande y casi no tiene muebles, pero es suyo. Mira por la ventana y, después, hacia adentro, donde corretean Nina, su hija de tres años, y Roger, un labrador algo mayor. En una entrevista que dio hace diez años, le preguntaron cómo se imaginaba a esta edad, y describió exactamente la escena que ahora observa. “¿Cómo hice?, ¿cuándo pasó todo esto?”, se pregunta.

Con Germán se conocieron en una comedia musical que protagonizaron ambos, Rent. Y no podría haber sido de otro modo: desde que, a los nueve años, fue con su hermana Marisol al casting de Los miserables, Flor vive dentro de ese ambiente. Es la octava hija artista de un padre que, al principio, no quería saber nada con todo eso.

“En un futuro, me imagino metiéndome en el mundo de la dirección”

Comenzaste a los nueve y nunca paraste, ¿cuándo empezaste a tomarlo como un trabajo?

Sí, por suerte tuve parates muy cortos, de dos o tres meses, en los que siempre aproveché para hacer otros shows o cosas pendientes. Siempre fui muy responsable con lo que me gusta, desde chica. No con el colegio, porque lo detestaba, y todavía debo dos materias. A pesar de tener responsabilidades desde muy chiquita, siempre fue un juego para mí. Lo sigue siendo hoy. Cuando no lo disfruto, me siento muy incómoda. Hago esto porque sé que lo amo y que no podría no hacerlo. Tiene que ver con eso. Es una vocación, una necesidad.

¿Se mantuvo siempre con la misma intensidad?

No, tuve momentos de rechazo total, de decir “no quiero hacerlo más”. Me pasó que no quería hacer más musicales. No quería cantar más, porque me obliga a un cuidado muy extremo de la voz y, a veces, es muy pesado. Yo soy muy obsesiva con estas cosas, me persigo y me estreso si un día no estoy bien de la voz. Si no sueno como quiero, no me gusta.

Cuando eras más chica, ¿también lo vivías así?

No, no estaba tan perseguida. A veces, saber más te hace perseguirte más. En ocasiones, la ignorancia hace que vayas sin red, en cambio, cuando sabés los riesgos o la fisiología de las cuerdas, las consecuencias que podés tener, es distinto. Ahora, después de haber sido mamá, pienso en un montón de cosas: tener cesárea, que mi diafragma ahora sea distinto, estar durmiendo diferente porque la nena se despierta… Hay mucha musculatura que afecta a la voz: darle la teta a mi hija hizo que tenga una postura totalmente distinta, o cargarla a upa, que tensiona algunos músculos.

Hiciste cine y tele, pero mucho más teatro, ¿te sentís más cómoda ahí?

Sí, porque es único cada vez. Eso lo hace tan especial. Por más que seas la misma persona, con tu misma voz y tus ideales, todos los días estás distinta. El público también es distinto y no reacciona igual. Por más que digas lo mismo todas las noches y cantes lo mismo, nunca te va a salir exactamente igual cada día. Eso lo mantiene vivo. En teatro es siempre como si fuera la primera vez, y es mágico, es como ser un nene que se sorprende por todas las cosas que ve. Incluso tus compañeros están distintos, te dan el pie con un tono diferente, más grave, o probaron algo nuevo. Pasan un millón de cosas y eso es genial.

Con Germán actuaron juntos en más de diez obras, ¿siguen descubriéndose cosas nuevas?

Claro. Es un poco en la vida como en el teatro: empieza a pasar el tiempo y vas descubriendo otras cosas por el simple hecho de vivir. Lo conocí como un pibe que empezaba a laburar de esto y lo vi crecer muchísimo, como actor y en otras cosas: su voz y su arte. Lo vi papá y es otro hombre, aunque sea el mismo de siempre. Volver a enamorarte de esos otros hombres en los que se va convirtiendo es admirable. Igual, tenemos nuestras cosas, y trabajar juntos, a veces, implica que tengas que bancarte al otro, aunque ese día hayamos discutido.

La función ¿suaviza?

Sí, siempre. Eso es mágico también. Nos pasa, sobre todo, con nuestra banda. Por ahí llegamos reprochándonos que uno no paseó al perro o el otro tenía que llevar a Nina al jardín, cosas así, pero arranca el show, nos miramos y hay una seducción enorme.